T.O.: La mitad de óscar. 2010. La Loma Blanca P.C. Dirección: Manuel Martín Cuenca. Guión: Manuel Martín Cuenca. Reparto: Óscar (Ródrigo Sáenz de Heredia), María (Verónica Echegui), Jean (Denis Eyrie), Taxista (Antonio de la Torre).
Esta película nos sumerge en la vida o, más bien, tedio, rutina y soledad de Óscar, un vigilante de una salina abandonada, situada en la costa de Almería. Óscar tiene una vida totalmente anodina: todos los días un vigilante jubilado le lleva algo de comer e intercambian unas palabras; luego va a ver a su abuelo, que se consume entre las paredes de un geriátrico y que ya no reconoce a nadie; llega a casa y limpia su revólver y, cuando lo necesita, se acuesta con su amante. Cuando muere su abuelo, recibe la inesperada visita de su hermana, María, a la que no ve desde hace mucho tiempo. Esta sorpresa hará que su vida se altere y los fantasmas del pasado comiencen a remover sus recuerdos y los sentimientos hacia su hermana.
El film está rodado con pausa y se han cuidado mucho todas las escenas. Esto se nota, sobre todo, en el trabajo de fotografía, muy bueno en su totalidad. La idea de la soledad tan auténtica que sufre Óscar y la intrascendencia de la que llena su vida (como la mayoría de gente que se rinde y acepta lo que sea), está bien reflejada en la película a través de sus imágenes, pero no del relato. El director utiliza planos sostenidos larguísimos y unas escenas (a veces en tiempo real) llenas de sentimientos y realismo, para transmitirnos el abandono al que se ha sometido Óscar, que se deja arrastrar imperturbable por la vida misma, sin ambiciones ni deseos. Es la aparición de su hermana, con noticias sorprendentes, lo que le hace reaccionar un poco.
Todo esto no justifica el que la película necesite de una entrega total, en todos los aspectos y sentidos, de nosotros; pues las películas nunca deben aburrir a quién las está viendo y “La mitad de Óscar” acaba haciendo bostezar a la platea. Al menos, su duración es breve; sin embargo, es la historia falta de cualquier “pulsación” dramática la que hace que el espectador se aburra solemnemente con lo que se le está planteando (una mujer sentada detrás de mí, llegó a decir en alto: “¡Pero, que salga ya!”, cuando María se mete en el baño y estamos un minuto esperando a que vuelva a aparecer). Este intento de plasmar la realidad al milímetro lastra la película demasiado, algo que ya pasaba con “La mujer sin piano”.
Los cineastas europeos (holandeses y alemanes, sobre todo, aunque franceses también) filman su realidad de una manera minimalista, y lenta podríamos decir, pero esta forma o ritmo de hacer la película no provoca el derrumbe de la historia o la desatención del público.
Los directores españoles, como Rebollo y Cuenca, se empeñan en hacernos creer que el cine independiente y comprometido con la sociedad, en España, tiene que ir por unos derroteros totalmente ajenos a la persona que va al cine a ver la peli; lo que importa es lo que ellos quieren contar, sin más, y se olvidan que el fin último de toda buena película es hacer sentir al espectador lo que se les ha querido transmitir, no valen manipulaciones estilísticas para engañar a los que no vemos en la película nada más de lo que se enseña. En mi opinión, es imposible, por mucho que se empeñe la crítica, que el cine español más comprometido con la sociedad trascienda más allá de la pequeña historia que se ha querido contar en un film. Y no hay que olvidar que el cine, NUNCA, debe ser aburrido. (3/10)
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